Arte Cultural
Aterricé en Seúl lleno de energía, después de tres años volvía a estar en tierras surcoreanas. ¡Qué emoción!
Quien se habría imaginado que el jetlag sería tan terrible. Me gusta alardear que en mis anteriores viajes (por lo menos los 2 o 3 últimos) el jetlag había sido casi inexistente. A este punto no sabría decirte porque, pues seguí mis propios consejos esta vez también. Intentar tener horas de sol, comer proteína a las horas “correctas” y líquidos (a poder ser no alcohol).
Imagino que la falta de costumbre después de tanto tiempo mi cuerpo no quiso cooperar. Dicen que para estar 100% acostumbrado tienes que estar 1 día por cada hora de franja horaria. Estando en Corea del Sur a 7 horas, pues 7 días. Y así fue. Después de la primera semana tenía apetito normal, sueño correcto, etc.
Llegué a Seúl y fue una bienvenida lluviosa. Lo que no saben las lluvias es que me encantan para hacer fotos. Sí, no es muy cómodo caminar, te mojas, no tienes tantas mudas como para ir usando pantalones nuevos cada día… pero esos contrastes, nubes grises y escenas de lluvia son geniales para street photography.
Aproveché mi primer día para re-explorar fugazmente una de las zonas favoritas de la metrópolis. Insa-dong, visita obligada al rey Sejong (inventor del alfabeto coreano), el palacio de Gyeongbokgung (aunque sin entrar dentro) y la Bukchon Hanok aldea tradicional.
Hotel y cena
El primer hotel fue un poco un experimento. Cerca de la zona que me gusta pero algo más barato. La verdad es que cuánto más viejo me hago más importante me parece un buen alojamiento cuando viaje. Este no estaba mal pero la habitación era pequeña y, claro, no es tan cómodo. Al final la diferencia de precio eran unos 10€ por mi hotel favorito en la misma zona. Cuando volví a Seúl la última semana del viaje, corregí el error.
¿Para cenar?
El famoso pollo frito coreano, delicioso. Cuidado cuando pidas una cerveza en Corea del Sur, allí las botellas son de 500 ml.
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