Arte Cultural
Los efectos del radón en la salud de las personas se observaron incluso antes de su descubrimiento, en los obreros que trabajaban en las minas y que sufrían el llamado “mal de las montañas”, que en realidad se debía a que, dentro de las minas, estaban expuestos a niveles altísimos de radón. Para que nos hagamos una idea, la Organización Mundial de la Salud establece como referencia para la salud humana una concentración de radón de 100 Becquerelios por metro cúbico de aire (100 Bq/m3) y estos mineros en ocasiones estaban expuestos a concentraciones de hasta 1 millón Bq/m3, lo que daba lugar a un aumento de las tasas de cáncer de pulmón entre los mismos.
Las partículas radioactivas que emite el gas radón, que se encuentran en el aire, pasan a nuestros pulmones, donde entran en contacto con nuestras células y pueden afectar a su ADN, provocando cáncer de pulmón. Así, en 1988, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer clasificó al radón como cancerígeno humano del grupo 1. La Organización Mundial de la Salud publicó un manual para su tratamiento en interiores en 2009 y actualmente lo considera la segunda causa (después del tabaco) de cáncer de pulmón.
Aunque lo ideal es no superar 100 Bq/m3, la Organización Mundial de la Salud establece un límite de 300 Bq/m3 como la concentración máxima recomendable de radón para el ser humano, habiéndose comprobado que el riesgo cáncer de pulmón aumenta en un 16% con cada incremento de 100 Bq/m3 en la concentración media de radón a largo plazo.
