Aniquilación, de Jeff VanderMeer

Aniquilación de Jeff VanderMeer

En El corazón de las tinieblas Joseph Conrad plantea un viaje a través de un paisaje salvaje y misterioso, cuya majestuosidad y fecundidad engendra en los personajes una especie de locura que los libera de las restricciones de la civilización.

Este planteamiento ha servido de modelo para diferentes historias dentro de la ciencia ficción, como El mundo de cristal de J.G. Ballard o, dentro del cine, La Zona de Andréi Tarkovski, basada en el libro Picnic extraterrestre de los hermanos Arkadi y Borís Strugatski.

En ese territorio hay que incluir también la trilogía de Southern Reach que Jeff VanderMeer publicó en 2014, donde crea un misteriosa área que se extiende a lo largo de la costa,(inspirada en el Refugio Nacional de Vida Silvestre St. Marks de Florida, que según la versión oficial fue evacuada y abandonada tras un desastre ecológico. Southern Reach es el nombre de una enigmática agencia gubernamental que envía expediciones a la región llamada Área X, para explorar y recopilar datos. Lo poco que se sabe es que gran parte de los grupos que entraron en el Área X no regresaron, muriendo asesinados o en extrañas circunstancias, víctimas de episodios de violencia repentina o de suicidios, y los pocos que consiguieron regresar lo hicieron completamente cambiados.

Aniquilación, el primer libro de la trilogía, cuenta la historia de la expedición número doce dentro del Área X, formada por cuatro mujeres de las que se desconocen sus nombres y a las que se alude por su trabajo: una psicóloga ‒que lidera el grupo‒, una antropóloga, una topóloga y una bióloga ‒que es quien narra la historia‒.

La misión de estas cuatro mujeres es un tanto difusa y solo se aclara de manera vaga. Se supone que tienen que dirigirse hasta el campamento base, lo que consiguen después de cuatro días de camino, y comenzar su exploración desde allí. Sin embargo, el equipo se sorprende al descubrir una extraña estructura que no figuraba en ninguno de los mapas que conocen del Área X. La estructura, descrita de forma bastante imprecisa, que para algunos miembros del equipo es un túnel y para otros es una torre invertida, es un edificio que penetra en el subsuelo y que, según la bióloga, parece estar vivo.

Y no es solo que se plantee la posibilidad de que un edificio tenga vida, es que todo en el Área X parece estar equivocado, no funcionar correctamente. Los animales no son los que conocemos, las plantas parecen sensibles, hay un aterrador gemido cada noche, entre los juncos, cuyo eco, con una resonancia humana, llega al campamento base.

Tampoco los personajes tienen un comportamiento que pudiera calificarse de normal. La psicóloga manipula mentalmente al resto del equipo a través de la hipnosis, y la bióloga, después de que una especie de espora le disparara a la cara, parece que comienza a notar cambios sustanciales en su organismo. Ocurre entonces que no podemos fiarnos al cien por cien de la versión del narrador, que por otra parte es la única que conocemos. ¿Está sufriendo alucinaciones debido a las esporas? ¿Ha perdido el juicio como muchos de los que se adentraron en el Área X? Gran parte de aquello que observa no está claro para ella y, en consecuencia, tampoco lo está para el lector.

Nada hay claro en Aniquilación. El ambiente, onírico y confuso, roza el terror provocado por una pesadilla ‒el propio VanderMeer reconoció en un artículo en The Atlantic que se había basado en un sueño‒. A ratos recuerda al trabajo de H.P. Lovecraft y su terror cósmico, en la descripción, un tanto difuminada, de criaturas que no son de este mundo, pero en una visión de conjunto encajaría más con un cuadro del Bosco, o con alguna de las representaciones de Las tentaciones de San Antonio ‒la cubierta elegida para el libro por muchas editoriales, entre ellas Destino, da buena cuenta de ello‒. Si hubiera que compararlo con algún producto más moderno sería con la serie de televisión Perdidos, con sus tramas llenas de misterio y de elementos sobrenaturales.

Todo parece condenado al fracaso desde la primera página. El equipo que usan los miembros de la expedición es anticuado o no está acorde con la misión que tienen que cumplir. Su adiestramiento no es el necesario o, incluso, está directamente basado en mentiras. No pueden recordar el momento en que cruzaron la frontera al Área X, y no tienen una idea clara de cómo se irán. Ni siquiera pueden ponerse de acuerdo sobre lo que están viendo: ¿es un túnel o una torre? Gran parte del grupo, además, está manipulado mentalmente contra su voluntad.

En lo que respecta a los personajes, es difícil empatizar con ellos, incluso con la protagonista y narradora, a pesar de que todo lo vemos a través de su punto de vista. Para empezar, siguiendo las normas de Southern Reach, dentro del Área X no hay nada de nombres sino que se hace referencia a ellos a través del oficio que desempeñan. Ni siquiera entre ellas sabes cuáles son sus nombres.

Hay un distanciamiento con respecto a los personajes que no puede ser casual. Su misión se supone que es anotar todo aquello que observen con la mayor objetividad posible, y con esa objetividad se describen y se desarrollan sus comportamientos y sus elecciones. Como los observadores desapasionados que son, es difícil encontrar emociones en ellos, lo que los hace menos humanos.

No olvidemos que toda la información nos llega a través de la bióloga, que precisamente tiene la orden de ser aséptica en sus observaciones. Ocurre algo parecido al experimento que Albert Camus hizo con El extranjero. Los personajes casi parecen haber perdido cualquier rastro de libre albedrío y son arrastrados por el Área X hacia nadie sabe dónde. De ahí, casi pasan al extremo opuesto, al de la locura y la irracionalidad. Imposible identificarse con ellos.

A medida que la historia avanza la expedición acaba, previsiblemente, por romperse. El misterio es una de las bazas que hace de Aniquilación una lectura perversamente placentera. El lector descenderá, junto a la bióloga, al infierno de la locura, de la descomposición y, en definitiva, de la aniquilación del yo.

En esta novela, la primera de la trilogía de Southern Reach, Jeff VanderMeer demuestra su capacidad para convertir el horror en algo sospechosamente familiar pero completamente nuevo. Es fácil comprender por qué VanderMeer ganó, con este libro, el prestigioso Premio Nébula a la mejor novela en 2014 ‒además de conseguir también el Premio Shirley Jackson‒. Es uno de esos híbridos extraños, a medio camino entre la ciencia ficción y el terror lovecraftiano, que, al estar lleno de simbolismo, cumple a la perfección con la máxima que Italo Calvino exigía para los clásicos: no terminar de decir lo que tienen que decir. Aunque tiene apenas unos años y falta cierta perspectiva para juzgarlo, no parece, entonces, muy osado considerarlo como tal.

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