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La danza de la muerte, el olvidado género medieval

  • Se hicieron populares en el siglo XIV.
  • Su tema era la universalidad de la muerte.

Imagen de una Danza de la Muerte medieval.

La Edad Media no fue una época de grandes alegrías. Guerras continuas. Pestes. Hambrunas. Una sociedad en la que unos pocos dominaban a millones.

No, dejando a un lado las pequeñas anécdotas de la vida, la existencia era un verdadero valle de lágrimas donde la muerte acechaba a la vuelta de la esquina. Y eso, curiosamente, era a la vez terrorífico y un alivio. La muerte, al fin y al cabo, era igual para todos.

El rey y la reina, el obispo y el consejero, el labriego, el pobre, la lavandera, el soldado. Todos al final acababan bailando con la propia muerte. Un hecho que les ayudaba a recordar que, en el fondo, todos eran humanos. Esta fascinación tenebrosa con la muerte caló en la cultura popular medieval y dio forma a un extraño género poético y teatral, la danza de la muerte.

Este tipo de relatos tuvo su origen en Francia y se extendió por toda Europa. El miedo compartido no era igual, claro, los nobles temían perder su vida de placeres y los pobres, aquello a lo que se aferraban, sus seres queridos y poco más. Se hace fuerte el pensamiento del memento mori.

En ese momento aparecen también las primeras pinturas y esculturas que dan forma a estas danzas, y que se hacen recurrentes en numerosas iglesias y palacios.

El gran exponente de este tipo de historias es la Danza general de la muerte, un poema castellano del siglo XV. Es una obra anónima que se conserva, en la actualidad, en la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Seiscientos versos dodecasílabos en coplas de arte mayor, en los que se desgranan los lamentos de nobles, religiosos y populacho.

Es una obra crítica y satírica, donde la muerte invita a todo el mundo a su terrible danza, desde el Papa hasta el último labriego. Todos rehúyen a la muerte, todos tienen sus miedos y deseos por cumplir, excepto dos personajes, el fraile y el ermitaño, cuyo modo de vida asceta y sin necesidad de placeres hace inmunes al terror de la muerte.

La influencia de estos textos sobre la muerte se fue diluyendo con el tiempo, pero se mantuvo presente en el imaginario popular. De hecho, podemos encontrar sus ecos hasta en El Quijote, ya que sus dos protagonistas se encuentran durante sus aventuras con un grupo de cómicos que representan Las Cortes de la Muerte, de Lope de Vega.

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