La desaparición de Stephanie Mailer de Joel Dicker

Cuando se anunció un nuevo título de Joel Dicker, estaba pendiente de la fecha de lanzamiento para ir a la librería de mi barrio. Lo primero que hice al comprar el libro era comprobar si tenía el mismo recurso narrativo que sus dos novelas anteriores que había leído – La verdad sobre el caso Harry Quebert y El libro de los Baltimore -, los dichosos flashbacks. Efectivamente los tiene, y al terminar el libro comprobé que el autor sabe usarlos correctamente, por lo menos en lo que respecta a su novela La desaparición de Stephanie Mailer. Van en consonancia con el hilo argumental, contextualizan, completan a los personajes y no interrumpen de forma forzada. En las novelas antes mencionadas, se podrían considerar como un sello de identidad, en esta, más allá de cualquier predisposición, se puede considerar un engranaje de una compleja maquinaria.

La narración transcurre en primera persona, desde la perspectiva y pretensiones de múltiples personajes, mostrando los hechos tal y como los vivieron. Pero aquí es donde empieza el problema.

La lectura requiere una atención adicional, no solo en conocer el contexto temporal de los acontecimientos sino quién los está narrando. La atención de la lectura es tal, que es fácil confundir ambos personajes principales, e incluso alguna que otra línea temporal. Los capítulos son cortos y es lo que ayuda a compensar la relación que exige la lectura y la paciencia del lector. La excentricidad de algunos personajes raya en lo ridículo y los estereotipos están tan bien definidos que no es posible identificarse con ninguno de los mismos. Con lo cual, durante el transcurso de la lectura casi toda la atención recae en el suspense en sí donde cabría esperar que fuese su punto fuerte.

Respecto a la trama, parece tan inconcebible que incluso he llegado a pensar que Dicker peca de fanatismo americano con el toque innegable de la comedia francesa, como en la película Se nos fue de las manos en que casi todo lo que sucede es inverosímil, con momentos de risa calculados y una extraña lección moral en el desenlace. El inicio, como prólogo, es prometedor, el ritmo es el acostumbrado, la puesta en escena de Derek y Jesse es prometedora y… se queda en eso. La emoción de la lectura es la esperanza de un cambio en la tónica general que nos haga retomar la misma sensación que en sus dos best-sellers anteriores y que nunca llega.

De todos modos, había olvidado que hay que dejar los prejuicios de lado para no enturbiar la visión general del argumento y lo que es su estilo, como puede ser el de otro autor. Joel Dicker tiene su forma de contar una historia, sin más. Puede gustar o no. Ya no tiene que ver con esos saltos temporales, por que ayudan a entender la trama; o el exceso de personajes excéntricos, que cada autor los construye como le parece porque no se trata de escribir un ensayo realista del crimen, sino entretener al público, su público objetivo; pero hay algo en que sí falla y que no convence. Si tanto me ha encantado su novela La verdad sobre el caso Harry Quebert, ha sido su naturalidad. En la presente, no me convence su empeño en mantener la intriga hasta la última página en su proyecto de ingeniería para que todo encaje milimétricamente a cualquier precio. El lector llega saturado a las últimas páginas con una sensación de agotamiento porque el efecto sorpresa quedó liquidado en muchas intentonas anteriores.

Las particularidades son atrayentes, al principio, para verse esclavo, el lector, de una trama que no hace más que jugar al gato y al ratón eliminando piezas de un tablero de ajedrez hasta que solo queda un peón en plena claudicación que hace el autor porque el hilo argumental se rompe en favor del sentido común de no extender más el enredo hasta lo absurdo.

Me quedo con esta frase de Paul Auster que bien podría definir perfectamente la sensación con la que me he quedado al terminar la lectura de La desaparición de Stephanie Mailer:

«Teníamos todas las piezas desde el principio, pero nadie supo encajarlas».

 

Ver fuente

Related Post