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«Beautiful boy» se pasea entre luz y oscuridad

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En la luz y en la oscuridad

Estados Unidos, 2019. Título original: «Beautiful Boy». Director: Felix Van Groeningen. Guion: Luke Davies, Felix Van Groeningen (Memorias: David Sheff, Nic Sheff). Productores: Dede Gardner, Jeremy Kleiner, Brad Pitt. Productoras: Big Indie Pictures / Plan B Entertainment / Starbucks Entertainment / Amazon Studios. Fotografía: Ruben Impens. Montaje: Nico Leunen. Reparto: Steve Carell, Timothée Chalamet, Maura Tierney, Amy Ryan, Kaitlyn Dever, Stefanie Scott, Christian Convery, Oakley Bull.

Las sobredosis de drogas son ahora la mayor causa de muerte de norteamericanos menores de 50 años. Si bien el tratamiento de la adicción no está financiado ni regulado masivamente, hay personas, hay personas que trabajan incansablemente en todas las comunidades para combatir esta epidemia. La ayuda está ahí para aquellos que luchan contra la enfermedad, sus seres queridos y para aquellos que sufren”.

Este es el mensaje, terrible y esperanzador a la vez, que lanza «Beautiful Boy «(2019) tras sus dos sufridas horas de proyección, que no es otro que el que quisieron transmitir el escritor y periodista David Sheff y su hijo Nic en sus respectivas novelas autobiográficas, «Beautiful Boy y Tweak», dos visiones diferentes pero absolutamente complementarias de la dramática vivencia que compartieron juntos.

La adicción a todo tipo de sustancias del adolescente Nic contada por él mismo, en primera persona, y mostrada también a través de los ojos de aquel padre que luchó hasta el final para recuperar al hijo inteligente y cariñoso que fue antes de caer en ese pozo negro de las drogas.

Y es que este es un problema que no solo sufren solo los enfermos, sino también los familiares y amigos que ven cómo su ser querido va dejándose la vida en un camino de autodestrucción.

Para el guion de la adaptación al cine de esta historia se ha contado con Luke Davies, todo en especialista en explorar los sentimientos encontrados de jóvenes desarraigados, ya que fue el autor detrás de los libretos de Lion (Garth Davis, 2016) o Candy (Neil Armfield, 2006), un duro drama protagonizado por Heath Ledger y Abbie Cornish que, inspirada en sus propias experiencias plasmadas en la novela Candy: A Novel of Love and Addiction, también mostró, en toda su crudeza, los estragos de la drogadicción.

En la escritura, Davis ha tenido la estrecha colaboración del director de la película, el belga Felix Van Groeningen, en el que supone su debut en el cine norteamericano después de haber captado el interés de los estudios de Hollywood gracias al destacadísimo éxito internacional alcanzado con Alabama Monroe (2012) y su premio como mejor director en Sundance por Bélgica (2016).

Algo plausible que se puede decir del nuevo trabajo de Van Groeningen es su claro intento de mantenerse alejado de las formas convencionales de este tipo de historias reales trasladadas a la gran pantalla, con el fin de evitar esa sensación que a menudo nos invade de estar presenciando un telefilme de lujo.

Se nota en la realización la mano del director de Alabama Monroe, tanto en la importancia que otorga a la banda sonora, conformada por una recopilación de estupendas canciones que tratan de subrayar los estados de ánimo por los que atraviesan los protagonistas, y una narración no lineal (para una historia que sí lo es), apoyada en una continua sucesión de flashbacks que contraponen idílicos pasajes del pasado a la dureza del presente.

Sin embargo, todos estos elementos que le funcionaron como un reloj en aquel drama, pese a conferirle de nuevo un indudable carácter autoral, acaban volviéndose aquí en su contra, actuando como lastre a la hora de ayudar a que el público conecte con el drama de Nic y David con la fuerza con la que debería.

Tanto se le ha ido la mano al realizador en los interludios musicales que, por momentos, parece que estemos asistiendo a un dilatadísimo videoclip.

Estos recursos, más que necesarios para el desarrollo de la historia, dan la sensación de estar ahí para rellenar metraje en un relato que, a pesar de ser emotivo y poderoso sobre el papel, adolece de cierta reiteración en su desarrollo.

Asistir a la proyección de Beautiful Boy es hacerlo a de una lánguida montaña rusa emocional en la que el atormentado adolescente protagonista recae en sus adicciones (a la metanfetamina y otras drogas duras) una y otra vez, y, cada vez que parece que ha dejado el problema definitivamente atrás, vuelve a sucumbir a su influjo de un modo aún más agresivo si cabe.

Un autodestructivo descenso a los infiernos en el que Nic pasa de ser aquel chico sensible a quien le apasionaba escribir a convertirse en un mentiroso patológico que no duda en manipular emocionalmente a sus seres queridos para conseguir esa dosis que le haga evadirse de la realidad.

«El tratamiento que se da a tan espinoso tema en esta cinta no deja de sucumbir, en definitiva, ante esa óptica hollywoodense blanda y complaciente que no se desvía un ápice de los caminos de lo políticamente correcto. Como película de actores es un auténtico bombón, siendo el buen hacer de los mismos lo más valioso que aporta al género». 

A pesar de su hermoso envoltorio sonoro y visual, Beautiful Boy no deja de ser el enésimo drama didáctico nacido para aleccionar al público de los peligros de las drogas y de la importancia de la unión familiar para enfrentar tan aterradora lacra.

Afortunadamente, ahí están sus superlativos actores para salvar los muebles y hacer que, dentro de la frialdad del producto, nos creamos a sus personajes. Steve Carell, cada vez más desencasillado de los papeles cómicos que le dieron la fama, encarna con gran contención a ese padre entregado a la lucha de devolver a su decarriado pequeño al buen camino.

La película, desde ese inicio en la consulta del psiquiatra, se centra más en el punto de vista de su personaje que en el del más directo afectado hijo, a quien Timothée Chalamet logra aportar múltiples aristas en la que, junto a su celebrado trabajo en Call Me By Your Name (Luca Guadagnino, 2017), puede considerarse la mejor actuación de su aún incipiente carrera, dando el perfil tanto en los momentos en los que representa a un joven sano y ejemplar como en aquellos en los que se muestra como un despojo humano, apático y sin ilusión por vivir.

La química que establecen ambos intérpretes es absoluta y consiguen que la estrecha relación paternofilial sea el punto fuerte de una función que suaviza, dentro de lo posible, los pasajes más escabrosos de la historia relatada en sus fuentes literarias.

Es en las escenas que Carell y Chalamet comparten donde el filme gana muchos enteros, ya que ese vínculo entre padre e hijo transmite un cariño y una verdad que no siempre alcanzan este tipo de productos. Junto a ellos, hay que destacar las pequeñas, pero no por ello menos valiosas, aportaciones de dos excelentes actrices como Amy Ryan y Maura Tierney en los papeles de la madre de Nic y la nueva pareja de su padre, respectivamente.

Así las cosas, Beautiful Boy funciona considerablemente mejor como retrato de la desintegración de una familia como consecuencia de la caída en desgracia de uno de sus miembros que como historia sobre drogodependencia en la juventud, ya que está lejos de la contundencia mostrada por otros títulos de similar corte, como la emblemática Yo, Cristina F. (Uli Edel, 1981).

El tratamiento que se da a tan espinoso tema en esta cinta no deja de sucumbir, en definitiva, ante esa óptica hollywoodense blanda y complaciente que no se desvía un ápice de los caminos de lo políticamente correcto.

Como película de actores es un auténtico bombón, siendo el buen hacer de los mismos lo más valioso que aporta al género. Podría haber sido una gran película si las situaciones y diálogos que ofrece hubieran escapado de los tópicos más recurrentes en los que cae y si sus dos excesivas horas de metraje no terminaran pesando como una losa.

Lo que queda es un drama intimista moderadamente interesante pero poco emocionante (pese a tocar una historia con pretendido calado sentimental), que no perdura en la memoria mucho tiempo después de su visionado | .

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