Arte Cultural: “Las universidades no solo deben formar individuos productivos para el mercado, sino también buenos ciudadanos” – LA MIRADA HUMANA

By Arte Cultural Nov8,2023
Edward Brooks, director del Oxford Character Project, visitó el Centro Humanismo Cívico del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra. / Manuel Castells.

El carácter constituye el núcleo de nuestra identidad: determina quiénes somos, en quién queremos convertirnos y qué tipo de sociedad queremos ayudar a construir. A lo largo de la vida está en constante desarrollo y se moldea en buena parte a través de la educación que recibimos y las personas con las que nos relacionamos. 

La etapa universitaria resulta fundamental para la formación del carácter. Por eso, las universidades tienen la responsabilidad de ofrecer a su alumnado mucho más que conocimiento y habilidades. La educación del carácter resulta imprescindible para capacitar y dar herramientas a los líderes que guiarán a la sociedad en sus distintos ámbitos.

Edward Brooks, director del Oxford Character Project, visitó el Centro Humanismo Cívico para estudios sobre el carácter y la ética de las profesiones del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra, donde repasó estas cuestiones y habló de cómo implementar estos programas de manera transversal en los campus.


¿Por qué el carácter es determinante para tener éxito en la vida?

El carácter está en la base del éxito. Para obtener un logro necesitas una meta, un propósito claro, y también virtudes: valentía  y perseverancia para hacer frente a las dificultades que surjan; cualidades relacionales, como la empatía, la generosidad y el amor… Además,  pensar en términos de carácter introduce otra perspectiva que da la vuelta a lo que entendemos como éxito. En nuestras sociedades modernas este se asocia con frecuencia con el rendimiento, la fama e, incluso, con la recompensa económica. Pero esto no es lo verdaderamente decisivo: el carácter remite a algo más fundamental e intrínseco. Nos lleva a preguntarnos quiénes somos, en quiénes queremos convertirnos, cómo vivir una vida que merezca la pena, qué sociedad deseamos construir… 

¿Qué papel tienen las universidades en la educación del carácter de sus estudiantes?

Desde que comenzaron en la Edad Media, las instituciones de educación superior han comprendido que no solo deben formar individuos para que sean productivos en el mercado, sino también para que florezcan y lleguen a ser buenos ciudadanos. Es importante impulsarlo y requiere esfuerzo y atención. No obstante, en los últimos años les ha resultado más difícil expresar claramente su misión en ese sentido porque los campus modernos son más plurales. Reúnen personas con diferentes procedencias, visiones del mundo, ideas y culturas… Si consultas la web de cualquier universidad verás que no solo ponen el énfasis en el conocimiento y las habilidades. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (EE. UU.), por ejemplo, habla de preparar al alumnado para el mundo actual, complejo e interconectado. El aspecto del carácter está ahí, aunque quizá aparece de manera menos prominente porque aún es un desafío determinar cómo lo articulamos. 


«Las virtudes son fundamentales para las universidades: humildad intelectual, apertura de miras, caridad, hospitalidad, tolerancia, respeto…».


¿Por qué la educación del carácter es importante para los estudiantes en la etapa que viven en la universidad, no solo en edades más tempranas?

Los hábitos y prácticas que se desarrollan en los primeros años, así como los modelos que se adoptan, son muy importantes. Pero el carácter se desarrolla a lo largo de toda la vida. Y cualquier institución donde existan normas, patrones, prácticas, formas de hacer y estructuras de incentivos tiene un efecto en las personas que forman parte de ella. En concreto, la universidad, que educa de manera intencional, no puede limitarse al conocimiento o las habilidades de manera aislada. Los estudiantes toman como referencia a sus profesores, a las lecturas y ejemplos que ven en sus clases. A través de ellos ven cómo ser buenos y sabios. Asimismo, las virtudes son fundamentales para las universidades: humildad intelectual, apertura de miras, caridad, hospitalidad, tolerancia, respeto… 

¿Cómo afrontan las universidades esta responsabilidad teniendo en cuenta las características de las generaciones actuales?

Jeffrey Arnett, investigador de la Universidad Clark (EE. UU.) acuñó la idea de la “adultez emergente” [entre los 18 y los 29 años]. Sugiere que la etapa de los veinte años se ha dilatado y se han retrasado los patrones estables de la vida adulta por los cambios del mundo moderno. El matrimonio y los hijos se postergan, las decisiones sobre la carrera profesional se toman durante un tiempo más largo… Este estadio de la vida es más fluido y las personas se encuentran mucho más abiertas a reflexionar sobre la identidad, el significado y el propósito: ¿Quién soy? ¿Quién quiero llegar a ser? ¿Qué voy a hacer en el mundo?  Asimismo, algunos trabajos del campo de la neurociencia respaldan que en la adultez emergente aún nos estamos desarrollando, somos maleables. Esto también es aplicable al carácter.

Ha contribuido a la puesta en marcha de programas de desarrollo del carácter en universidades y otras instituciones de todo el mundo. ¿Cuáles son los pasos para diseñarlos e implementarlos? ¿Hay un modelo estándar?

Depende del tipo de institución y de la cultura y contexto en los que se enmarcan. Hay una amplia variedad de enfoques, si bien algunos aspectos importantes resultan comunes. Uno de los principios centrales es el propósito, el porqué: ayudar al desarrollo de los estudiantes para que tengan una vida próspera y contribuyan al florecimiento de las sociedades. No se trata de decirles quiénes deben ser, sino de capacitarlos y ponerlos en el camino para que adquieran hábitos y prácticas alineados con lo que quieren ser y con el tipo de mundo en el que quieren vivir. Se trata, en definitiva, de la sabiduría práctica, un sentido de qué hacer en distintas circunstancias, a qué virtud dar prioridad para hacer lo correcto de la manera adecuada en un contexto complejo y desafiante. Es una aspiración, no un remedio. No estamos hablando de buscar recetas para resolver un problema particular de una generación, sino de abordar algo importante para el ser humano.

¿Cómo se concreta esto en el caso de los estudiantes universitarios?

Nuestros alumnos son adultos, así que la educación del carácter debería ser más dialógica que didáctica. No podemos decirles qué deben hacer, qué deben pensar o qué valores deben adoptar. A través de un enfoque discursivo y crítico podemos presentar textos e ideas como punto de partida para la conversación y el debate. Y esto puede tener cabida en muchos contextos distintos en el ámbito universitario. Por ejemplo, rasgos del carácter como la compasión, la esperanza y la honestidad son de gran relevancia para profesionales de la medicina y la enfermería. A lo largo de la formación universitaria se puede fomentar que el propio alumnado pregunte y hable. Es mucho mejor que transmitir una idea concreta con un listado de puntos. De esa manera, debe ser algo transformativo, no adicional. No se trata simplemente de agregar otro programa a las materias del currículo, como ocurre con el deporte, el teatro o la música. Debe encajar en todos los aspectos de la vida universitaria: los cursos académicos, la convivencia en el colegio mayor… 

Edward Brooks junto a los investigadores y el director del Centro Humanismo Cívico: Vianney Domingo, Emma Cohen de Lara y José María Torralba. / Manuel Castells

¿Qué importancia cobran las relaciones humanas que se mantienen en el campus?

El carácter es el corazón de la personalidad humana, constituye la clave de lo que somos, así que la forma de enseñarlo es relacional, más que transaccional. Las cualidades se desarrollan a través de las relaciones y las amistades entre estudiantes, pero también -y en este punto creo que las universidades pueden dar lo mejor de sí mismas- a través del contacto genuino y el intercambio con el profesorado. La idea no es seguir un programa, sino explorar cómo podemos vivir de la mejor manera posible, que resulte beneficiosa para nuestras relaciones. Históricamente, los campus lo han hecho muy bien a través de la vida comunitaria en los colegios mayores, los almuerzos… 

¿Cuáles son los métodos pedagógicos del Oxford Character Project en el contexto universitario?

En nuestro trabajo proponemos siete estrategias para la educación del carácter: 1) la habituación a través de la práctica, 2) la reflexión sobre la experiencia personal, 3) la relación con modelos virtuosos, 4) el diálogo que aumenta el conocimiento sobre las virtudes, 5) las conversaciones sobre las variables de cada situación o contexto, 6) los recordatorios morales que dan relevancia a las normas y 7) las amistades de responsabilidad recíproca.


«Para ver el efecto de los programas de educación del carácter en los individuos y en la institución en sentido amplio necesitamos trabajar más las mediciones».


¿Podría mencionar algunos ejemplos de buenas prácticas de programas?

El ‘Program for Leadership and Character’ de la Universidad de Wake Forest (EE. UU.). Lo estableció Michael Lamb, investigador posdoctoral de la Universidad de Oxford. Es transversal, ayuda a los profesores de distintas áreas a incorporar el carácter en sus clases. Están empezando a ver cambios extraordinarios en todo el centro y, además, han recibido una subvención muy cuantiosa de Lilly Endowment [una organización filantrópica privada] para ser un centro de educación del carácter en EE. UU. de referencia. 

En la Universidad de Hong Kong también hay iniciativas en esa línea. Comenzamos con ellos con un pequeño programa llamado ‘El carácter del liderazgo’. Han lanzado uno a gran escala, ‘Lead for life’,  que cursan cada año cientos de estudiantes de grado.

Cuando se implementa un programa de educación del carácter en una institución, ¿se percibe un antes y un después en la manera en que la gente se comporta, interactúa, determina sus prioridades…?

Para ver el efecto en los individuos y en la institución en sentido amplio necesitamos trabajar más las mediciones. También debemos ser críticos, de cara a hacer revisiones y cambios. En el Oxford Character Project estamos empezando a ver algunos efectos del trabajo que hemos desarrollado desde 2014. Nuestro enfoque para medir la efectividad de los programas y comprender cómo ayudan a crecer a los estudiantes incluye métodos mixtos. Hemos hecho cuestionarios con preguntas cualitativas de respuesta larga y algunas entrevistas. También nos mantenemos en contacto con nuestros estudiantes y antiguos alumnos, con el fin de obtener retroalimentación. Algunos de ellos vuelven años después de graduarse para compartir su experiencia con el alumnado. Obviamente, son los más entusiastas… Aún necesitamos trabajar más para comprender el efecto general.

¿Cómo tienen previsto hacerlo?

Nos gustaría comenzar un estudio a lo largo de diez años para hacer un seguimiento desde el inicio de su carrera para ver el efecto, pues cuando comienzan a trabajar en una nueva organización, esta también modela su carácter. Un graduado al que contratan en Goldman Sachs quizá tiene ideas muy claras sobre quién quiere ser y algunos patrones determinados que ha construido en su vida estudiantil, pero quizá se vean desbaratados cuando llega allí. No es fácil sostenerlos en el lugar de trabajo.


«Los líderes necesitan sabiduría práctica para determinar qué es lo correcto en situaciones inciertas, confusas, a discernir qué virtud es más importante cuando hay varias en juego e, incluso, cuando entran en conflicto».


¿Han medido los efectos de los programas que han implementado en su universidad?

Oxford es muy grande -cuenta con unos 20.000 estudiantes- y nuestros programas de carácter no llegan a todo el centro. Al año participan unos 200 alumnos de posgrado, que se marchan al cabo de dos o tres cursos. Pero queremos ir más allá y estamos tratando de integrar nuestro trabajo en distintos lugares de la universidad, como distintas facultades o la escuela de negocios. 

Efectivamente, es importante llegar a profesionales de distintos campos porque la universidad debe formar líderes en todos los ámbitos de las sociedades. ¿Cuáles son los principales retos que afrontamos y qué virtudes requieren esos líderes para abordarlos?

Nos enfrentamos a desafíos que, en cierto sentido, son muy existenciales. Algunos ejemplos son el cambio climático y los movimientos geopolíticos que amenazan el consenso. Las tecnologías también suponen un reto, pues nos abren posibilidades increíbles en lo que respecta a la interconexión, pero también agregan complejidad y fragilidad. Asimismo, preocupa la salud mental de los jóvenes, como vemos en los campus universitarios, y no sabemos por dónde empezar. 

Todas estas cuestiones requieren, en primer lugar, esperanza: pensar que está en nuestra mano hacer algo. Y, en segundo lugar, valentía ante los peligros y las dificultades. Muchas personas quieren que el mundo cambie, pero pocos tienen la valentía de actuar. Otras dos virtudes que subyacen de algún modo son el amor y la sabiduría práctica. En el Human Flourishing Program de la Universidad de Harvard desarrollan un trabajo extraordinario para comprender cómo se puede entender el amor a través de las culturas y cómo se puede medir para entender cómo opera en las relaciones interpersonales. Si el amor implica desear el bien para los otros, significa que estamos conectados de maneras más profundas de lo que nos damos cuenta globalmente. Por último, la sabiduría práctica, imprescindible para cualquier líder, resulta fundamental para navegar en la complejidad. Ayuda a determinar qué es lo correcto en situaciones inciertas, confusas, a discernir qué virtud es más importante cuando hay varias en juego e, incluso, cuando entran en conflicto.

Autora: Isabel Solana


El Centro Humanismo Cívico para estudios sobre el carácter y la ética de las profesiones del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra lleva a cabo proyectos de investigación y transferencia acerca de lo que una educación humanista aporta a la sociedad, especialmente desde la perspectiva del desarrollo del carácter y la ética profesional. Cuenta con financiación de la Fundación Ciudadanía y Valores.


Ver fuente

Related Post